sábado, 13 de noviembre de 2021

La desaparición de los rituales

Solo 115 páginas en tamaño de libro de bolsillo son suficientes para que Byung-Chul Han plasme una reflexión que muchos han calificado de pesimista sobre la sociedad de hoy, en esta ocasión, a través del libro "La desaparición de los rituales". Yo no lo veo pesimista, sino atinado en el reflejo de muchas características que hoy observamos en las sociedades occidentales, dominadas por un capitalismo de base ideológica protestante y católica a regañadientes que ha permeado en la cultura y en las formas de comportarnos.

Según Wikipedia, "un ritual es una secuencia de actividades incluyendo gestos, acciones, u objetos de acuerdo con un orden preestablecido. Los rituales pueden provenir de tradiciones de la vida colectiva, incluyendo comunidades religiosas. Los rituales se caracterizan, pero no se definen, por unos formalismos, tradición, estabilidad, normas propias, simbolismos sagrados, y actuaciones."

Byung es uno de los filósofos de moda, criticado por algunos por la superficialidad de su pensamiento. Algunos dicen que solo relata lo evidente, pero yo pienso que el mero reflejo perspicaz de nuestras actitudes ya es un valor en sí mismo porque nos permite pensar mientras vamos a la carrera en la vida. Digamos que Byung nos explica "la rueda de hamster" en la que corremos sin final. Es cierto que el filósofo no propone un modelo alternativo y por eso su lectura puede resultar frustrante, pero puede que la propia consciencia que aporta la lectura nos ayude quizá a elevarnos y tomar decisiones más conscientes ante un futuro cada vez más próximo a distopías como las descritas en "1984" o "Un mundo feliz". El alemán Markus Gabriel está realizando propuestas interesantes de identificación de "hechos morales" en las decisiones tecnocientíficas de hoy acercándonos a lo que se quiere llamar una nueva Ilustración, sin embargo esto será objeto de otro post en el futuro.


Vivimos en una sociedad donde todos tenemos presión para producir, y más ahora que estamos en conectividad constante en red, y por tanto, somos consumidores de información y emociones de forma continua. No hay principio y final, o si lo hay, el proceso es tan continuo, que no hay posible narrativa de los acontecimientos, se dificulta el relato, se pierde el festejo de lo conseguido, pensando en que queda más por conseguir. No hay una meta final, sino solo metas volantes donde cada vez nos detenemos menos tiempo. 

La presión por ser auténtico fomenta el egocentrismo y el narcisismo, atomizando la sociedad y disminuyendo el sentido de comunidad. Hay una aparente contradicción con el seguidismo que proviene del pensamiento que emana de las redes sociales, que no son sino suma de individuos donde cada uno queremos porque podemos dar nuestra opinión, o sumarnos a la prevalente. En esa autenticidad hemos perdido el decoro, el realismo se impone sobre el simbolismo y lo sugerente. Vamos al grano, no existen los tiempos, no queremos andar con rodeos. 

En el mundo cada vez más digital casi todo está por hacer, porque parece que todo es posible, o es posible cambiarlo. Al ser la red un no-lugar, no tenemos que ir a ningún sitio, ya que estamos tan permanentemente como queramos, conectados si queremos 24x7 a redes, emails, WhatsApp, navegando en Google, o viendo Netflix. No hay ritos de cierre, ya que las informaciones son aditivas, además de adictivas. Podemos salir a correr, pero eso sí, conectados. ¿Cuándo terminamos? Los nacionalismos son una forma nostálgica de volver a lo de antes, una respuesta humana ante la invasión de lo global. 

La fiesta como celebración religiosa (de cualquier culto) tiene sus ritos, y su repetición genera maneras culturales. Su cadencia y periodicidad generan hábito. El capitalismo, si es que fuera una religión, aísla e individualiza frente a la experiencia comunitaria de la religión. El rito capitalista está basado en el interés propio, en la eficiencia económica y en la productividad como mandamientos. Debemos recuperar el reposo contemplativo, ser dueños de nuestro pensamiento. 

La muerte es parte de la vida, y eso lo entienden en las sociedades arcaicas, pero en la sociedad del capital estamos a la búsqueda de un seguro para ser inmortales, o cuanto más tarde o nunca, aún mejor. Me parece duro y no comparto la afirmación de Byung de que "el suicidio es la máxima expresión de rechazo a la sociedad de producción", sino que más bien me parece la entrega gratuita de una vida pendiente de ser vivida. La muerte es el rito de cierre de la vida, no una lucha a muerte contra la vida, batalla que perderemos por la degradación física y mental. ¿Quién quiere estar vivo toda la vida si no vivió toda la historia? Quizá tenemos que pensar bien en el arte de vivir nuestras vidas. 

La historia no tiene final. Sin embargo, sí tiene distintas interpretaciones y modelos. El final de la historia que preconizaba Francis Fukuyama cuando cayó el Muro en 1989 y se aventuraba una recta interminable hacia el progreso basado en el sistema capitalista está ahora en cuestión ante la nueva realidad marcada por la crisis de valores y financiera que comenzó en 2008, la crisis que dejará el coronavirus, aún en desarrollo, y el impacto de la digitalización en la vida de las personas. En Asia se adivinan modelos quizá alternativos como en el Japón ancestral, basada en lo bello y lo estético.

Los rituales religiosos y sociales permean las costumbres y la forma de actuar y comportarse tanto en soledad como en comunidad. Como escribió Roland Barthe, Japón es el "Imperio de los signos", la sociedad donde impera el significante sobre el significado, con tradiciones como los "haikus", los kimonos y las geishas o la ceremonia del té. Japón en particular, pero también otros países asiáticos son países de reglas, y su moral está determinada por ello, de manera muy distinta a los países occidentales, más sujetos al sistema de valores capitalista, que fomenta una economía constante del deseo. En nuestro mundo occidental, dice Byung "los poemas son las ceremonias mágicas del lenguaje".

Byung tiene palabras también para la guerra en los tiempos actuales. La guerra antes era el modo de resolver conflictos no posibles mediante el pacto, problemas de fronteras o problemas con un trasfondo económico. Hoy la guerra es el negocio de la industria bélica, donde se mata a distancia o se incapacitan los sistemas de defensa a través de medios electrónicos. Los pilotos de drones hacen turnos para operar misiones constantes de vigilancia o ataque de objetivos. La guerra ya no tiene principio y final, sólo tiene grados de intensidad o notoriedad pública según decidan los medios de comunicación en cada caso. 

Hemos pasado del saber ancestral, al saber filosófico/científico de la Ilustración, al saber basado en datos como ingrediente, pero es un ingrediente estupidizante en tanto el dato no tiene contexto. ¿Datos para qué? ¿Para todo? Los datos amenazan con ser el fin del idealismo y el humanismo de la Ilustración, pensar como elemento lúdico es sustituido por calcular. Los datos son un torrente interminable que tiene que tener un sentido, y no podemos pensar solo basado en datos, ya que si no, ¿cuál es el futuro? ¿Una mera extrapolación de datos basados en un algoritmo o inteligencia artificial?

Seducción frente a pornografía. La seducción es un combate singular ritual, lleno de sugestión y promesas de incentivos, con sus tiempos y sus paradas. La pornografía es narcisista, busca la transparencia sin misterio ni enigma. Byung dice que somos la cultura de la eyaculación precoz, porque no sabemos jugar sino que vamos a satisfacer el deseo sexual, porque somos positivistas, todo es posible al alcance de la mano o del ratón. El propio lenguaje se hace pornográfico cuando no juega con las palabras para alimentar las ideas. Aunque parezca contraintuitivo, la fantasía de la imaginación es la fórmula de comunicación más  potente posible, como bien saben en Hollywood. 

¿Vale este libro la pena? Solo hay que juzgarlo viendo la profundidad de sus reflexiones en 115 páginas. 

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