viernes, 11 de noviembre de 2016

No todos los populismos son iguales



Desde la crisis financiera de 2008, los ejemplos de desconexión entre votantes y clases dirigentes se han multiplicado. La Historia nunca se repite de forma exacta, pero corremos el riesgo de hacer descarrilar lo que llamaré sistema político programático, que ha funcionado durante las décadas posteriores a la II Guerra Mundial. Este sistema está encarnado por personas, estructuras e instituciones que han posibilitado un progreso innegable de la Humanidad en la mayoría de los países desarrollados del planeta. El multilateralismo y unas reglas de juego claras han sido piezas fundamentales.

La victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de 2016 es la última prueba del rechazo de los votantes a un candidato del sistema, respaldando en este caso a un candidato no convencional. Llamaré de esta forma a una serie de líderes mediáticos (dentro o al margen de partidos políticos establecidos) que son capaces de catalizar los sentimientos de masas de población hacia sus objetivos. Si bien en las recientes elecciones hay que admitir que más norteamericanos han votado a Clinton que a Trump, que en parte ha ganado por el sistema de colegios electorales, donde los votantes eligen indirectamente a los candidatos a través de sus electores.

El populismo es un fenómeno en resurgimiento en las democracias en los últimos años, no está necesariamente adscrito a una ideología, y habitualmente es tratado peyorativamente en contraposición a la política dentro del sistema, representada por líderes quizá menos mediáticos, más claramente adscritos a una confesión política, y con frecuencia más tecnócratas que inspiradores. Los líderes dentro del sistema parecen movilizar cada vez menos a las masas, necesitan de estructuras ideologizadas de partido, y con frecuencia, dirían algunos, están más alejados de los problemas que preocupan a la población en general. Muchos hasta opinan que su objetivo último es la perpetuación del sistema que les favorece. El problema es que en los últimos tiempos pueden estar perdiendo la batalla del relato.


Adicionalmente, el nuevo populismo se apoya eficazmente en puestas en escena, televisión y nuevos medios digitales como las redes sociales que desintermedian a los medios tradicionales, que han sido hasta épocas recientes los forjadores de la opinión de las grandes masas. De la misma forma que los ciclos de construcción de una nueva empresa se han acortado como consecuencia de la revolución tecnológica, los nuevos líderes tienen una oportunidad rápida de pasar del anonimato al estrellato. Los propios medios de comunicación norteamericanos, que inequívocamente han apoyado a la candidata demócrata, han reconocido su incapacidad de entender el fenómeno del Trump candidato.

Los medios de comunicación tradicionales, como agentes o realizadores directos de los sondeos de opinión, han cosechado fracasos clamorosos tratando de detectar el sentir de los votantes. La sorpresa del Brexit, el no de los colombianos a cerrar página con las FARC, el reciente fracaso del pronóstico de sorpasso del PSOE en las elecciones españolas en junio, o la inesperada victoria de Trump sobre Clinton en las elecciones del 8 de noviembre son muestras claras la falta de conexión del sistema de encuestas y los resultados finales. Personalmente creo que la mayoría de las personas somos poco proclives al cambio, de forma que rara vez otorgamos confianza a escenarios de cambio radical de lo que llamamos el estado normal de las cosas.

Siendo el populismo una apelación más directa a los potenciales votantes, sus estructuras de soporte centran sus esfuerzos en acompañar la figura del líder. Este tiene una comunicación directa con el pueblo, de ahí su capacidad superior de interpretar  sus sentimientos, lo que unido a la capacidad de comunicar del líder refuerza el círculo virtuoso entre éste y sus seguidores.

Los fallos potenciales de este sistema son notables, puesto que el líder populista podría, en esa simbiosis óptima con su votante, prometer casi cualquier cosa a fin de conseguir el apoyo del pueblo. Podría incluso pensarse que los deseos del pueblo no tienen sentido, no son alcanzables, y por tanto, el líder populista puede estar dando esperanzas que luego no podrá cumplir, pero lo descubre cuando está al mando. Y también podría argumentarse que el líder populista sabe que no podrá cumplir todo o parte de lo que promete, y lo que realmente pretende es entrar en el sistema. Ciertamente esto supondría adjudicarle un carácter cínico, calculador y casi malvado, pero también implicaría adjudicarle una inteligencia posiblemente demasiado generosa y no al alcance de cualquier pretendiente. El líder populista difiere del líder convencional en dos aspectos fundamentales: el cómo de su proceder, y el destino o tamaño de sus propuestas, éste último muy ligado a cuestionar el estado actual de las cosas.

Por tanto, podríamos admitir en los líderes populistas una visión cuando menos distinta de los políticos que forman parte del sistema. Y sobre todo, no podemos negar que los líderes populistas tienen una capacidad especial para empatizar y conectar con la calle. Por ello,  no es habitual que los líderes populistas más exitosos surjan fuera del sistema.

Es claro por tanto que los populismos representan un fenómeno complejo que hay que analizar caso a caso. Los partidos políticos convencionales, y las organizaciones supranacionales harían bien en tratar de comprender el fenómeno, ya que el populismo es necesariamente reduccionista. El pueblo aquí se asocia más a la tribu y ésta es excluyente de los que son diferentes (etnias, otras nacionalidades, ...)

Si tratamos de categorizar los populismos en política creo que hoy observamos tres tipos, que llamaré populismo ideológico, populismo de estado y populismo empresarial que acaba de inaugurar Donald Trump. Entiéndase que aunque cualquier populismo tiene una base de creencias subyacente, entre ellos pueden diferir en la forma en que se manifiestan.

El populismo ideológico tiene su raíz en una visión de protección de unos derechos considerados innegociables. Con frecuencia no hay ideas nuevas y se trata más de defender atalayas conquistadas o a recuperar. Considera que no se puede ceder en metas de bienestar social y conecta con una masa descontenta que sitúa al líder populista como referencia creíble de cambio. El líder no es capaz de formular una estrategia coherente que haga que su promesa sea viable en el entorno de restricciones. El pueblo le cree bien por hartazgo respecto al líder/es del sistema o porque no tiene opinión para cuestionar la validez o ejecutabilidad de las propuestas populistas. Con frecuencia, éstas tratan de solucionar problemas de colectivos concretos que de esta forma se ven especialmente reconocidos. Son populismos que aparecen desde cualquier extremo del espectro político porque sus propuestas han de ser llamativas o rupturistas. Hemos visto populismos de izquierda en el paso español de Podemos, del Movimiento Cinco Estrellas en Italia, o la Syriza en Grecia. Como populismos de derechas tenemos en Francia el Frente Nacional de Marine Le Pen, la AfD (Alternativa para Alemania) liderada por Frauke Petry, o el PVV holandés de Geert Wilders.

El populismo de estado se ejerce desde la posición de poder y usa los resortes de las tareas de gobierno para conseguir sus objetivos. Con frecuencia no existe separación real de poderes, de forma que se controla el aparato legislativo, el ejecutivo y judicial, aprovechando la debilidad de la sociedad civil. El líder populista en tareas de gobierno normalmente cuestiona los compromisos que él considera situaciones sobrevenidas, como la pertenencia a una organización que impone unas obligaciones que no son del agrado de la población. Con frecuencia, este populismo de estado busca la perpetuación del líder y sus acólitos y no dudarán en limitar derechos democráticos esenciales para conseguir sus objetivo. Es el caso del régimen chavista en Venezuela, el caso de la Rusia Unida de Putin, del primer ministro húngaro Viktor Orban, o el turco Recep Tayyip Erdogan, especialmente tras la purga posterior al intento de golpe de estado en agosto pasado.

Aun siendo un fenómeno absolutamente novedoso y a riesgo de errar en la calibración, Trump aporta una nueva variante con un populismo empresarial (quizá alguien diría que es un populismo "trumpiano" y por moldeado por su arrolladora personalidad. Es un populismo desde el extremo más ultraconservador del partido republicano, pero es singular por el origen del nuevo presidente, que supuestamente aplicará una impronta diferencial a sus políticas. Está representado por personas de éxito en los negocios, que no necesitan de la política para sobrevivir. Desde esa posición privilegiada, desarrollan una visión que trasciende y amplifica un modelo que aparentemente funciona. Prácticamente todas las constantes de la economía americana están sanas, pero a costa de una enorme desigualdad y desesperanza, especialmente en las clases medias que han perdido poder adquisitivo y puestos de trabajo por la inmigración latina y por la deslocalización de fábricas o los procesos manufactureros que precisan de cada vez menos mano de obra. Equivocado o no, Trump encarna al hombre de negocios de éxito. En la campaña defendió una serie de medidas en la agenda que han conectado con una masa significativa de votantes con apariciones en todos los medios y mensajes efectivos: imposición de aranceles, desregulación, disminución de burocracia, bajada de impuestos, evitar la inmigración clandestina, disminución de la presencia americana en el mundo o cobrar más por su función de policía de Occidente. Todo parece parte de un plan más ciudadosamente trazado de lo que pueda parecer, y ciertamente ha conectado con los sentimientos amplias capas de la población blanca, mayor, y residente en los estados interiores. Sólo los estados de la costa este  algunos de la costa oeste y centro han resistido el empuje de la agenda de Trump. Empresarios de todo tipo han respaldado su agenda.

En cierto sentido, es una agenda con contenidos similares (especialmente en la parte de control de inmigración) a la que está encima de la mesa de Theresa May, la primer británica, si bien May no formaba parte de los partidarios del Brexit antes del referendum. Recordemos que el Brexit fue un movimiento instigado desde dentro y en contra de la mayoría del partido conservador británico, de la misma forma que Trump ha tenido que romper durante la campaña líderes notables del partido republicano para hacerse un hueco. No sería de extrañar que los lazos entre EEUU y Reino Unido se refuercen aún más bajo la presidencia de Trump.

Populismo ideológico, de estado, o empresarial no son fenómenos totalmente separables. El populismo ideológico, especialmente cuando reniega de las normas de representación democrática y aún así llega al poder, tiene alta posibilidad de transformarse en populismo de estado. El populismo empresarial de Trump está aparentemente vinculado a una visión nacionalista para devolver a EEUU buena parte de su "poder" distribuido por el mundo,  en forma de consensos, acuerdos y externalizaciones productivas. Parece improbable que se convierta en populismo de estado por el sistema de contrapesos que existe en una democracia avanzada como la americana, y porque cuesta trabajo pensar que EEUU deserte de su rol mundial de una forma tan drástica. El populismo ideológico por antonomasia es la religión, especialmente la religión que niega a la persona, sus derechos cívicos y sociales. El populismo de estado sustentado en la religión es sin duda el que tiene raíces más profundas.

Es pronto para dar un perfil definitivo del populismo empresarial que puede encarnar Trump que ha llegado con una agenda más propia que la del partido republicano al que parece usar como vehículo de sus objetivos, y sin duda, el fenómeno americano está altamente ligada a la personalidad de un líder multifacético como sin duda Trump ha demostrado ser. Pero no sería extraño que su ejemplo se reedite en otros países. Como primer análisis sobre Trump como futuro presidente de EEUU vale la pena leer el análisis de Shawn Riordan.

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