Para
evitar caer en el sesgo de confirmación es recomendable beber de fuentes
distintas. Debo reconocer que mis opiniones como economista no están muy
alineadas con las de la “Escuela Austríaca”. De ahí que consideré apropiado
leer Interventionism. Tras la
finalización de la lectura, reitero mi opinión de que los postulados de esta
doctrina me parecen extremos. Pero es posible que necesite leer más, por lo que
estoy abierto a las sugerencias (ya he tomado nota de La acción humana, 1949).
Una
de las cosas que más me ha gustado de este libro es que está escrito en 1940 y,
por lo tanto, es testigo en tiempo real del auge de algunos de los sistemas
políticos más intervencionistas: el nacismo en Alemania (Hitler), el fascismo
en Italia (Mussolini) y el comunismo la URSS (Stalin). Es interesante la
crítica que hace a Francia y al Reino Unido por no prepararse para en los años
previos, por no evitarlos… aunque resulta paradójico que lo pida un autor que
promulga que no se intervenga.
Este
es el punto débil, en mi opinión, de alguno de los planteamientos. Cuando todo
el mundo es honrado, trabajador, cumplidor, etc., es verdad que puede que no
haga falta un Estado que intervenga, pero ¿qué pasa cuando algún agente no
cumple, quiere imponerse o hace trampas?
Por
otro lado, la idealización que hace del consumidor es ingenua: “The consumers, not the entrepenurs,
determine the direction and scope of production. In the market economy the consumers are sovereing.
They are the masters, and the entrepreneurs have to strive, in their own
interest, to serve the wishes of the consumers to the best of their ability”. Pensar que el consumidor sabe decidir bien
en cada momento, que es capaz de optar por la mejor opción, es irreal. Prefiero
la versión de Kahnman o la de Sunstein y Thaler y su paternalismo libertario.
Como
tampoco puedo compartir la idea de que es el consumidor quien crea la oferta y,
mucho menos, que deba ser quien la cree. Ya decía Ford que, si hubiera
preguntado a los ciudadanos en su momento, estos le habrían pedido un caballo
más rápido, y no un coche. ¿De verdad alguien puede pensar que, por ejemplo, en
el desarrollo tecnológico el consumidor es quien crea la oferta? ¡No! Es la
oferta de las empresas más innovadoras la que crea la demanda. No comparto esta
excesiva confianza en el individuo maximizador (de nuevo, me uno al Behavioral Economics).
En sentido contrario, estoy de acuerdo con el
autor en que el crédito es una palanca para el crecimiento… pero no por eso es
mala. ¡Al contrario! Sin crédito no hay expansión del PIB. Lo cual no quita para
que, en determinados momentos, se deba restringir el crédito. Y también estoy a
favor de considerar que el capitalismo es el mejor sistema económico, aunque,
como apunta Emilio Ontiveros en Excesos,
deba ser reformado.
Sin menoscabo de estas
críticas, se debe admitir la valía de Misses y su extraordinaria aportación a
la economía. Y es posible que su legado y reconocimiento sea inferior al
merecido: Keynes le hizo mucha sombra.
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