En
el momento de escribir estas líneas, las previsiones contemplan que el PIB de
China va a crecer en 2020 a una tasa en el entorno del 2%. Conseguiría así
evitar la recesión que algunos organismos internacionales anticipaban en los
peores momentos de la pandemia. Es obvio que resulta imposible avanzar al ritmo
del 6% previsto con anterioridad, pero si tenemos en cuenta que otros bloques
como EEUU, Japón o el Área euro van a caer entre un 4% y un 8%, se constata la
capacidad de resistencia de la economía china. En consecuencia, un año más va a
recortar su distancia frente a EEUU y a agrandar la que le separa desde 2009 de
Japón o del Área euro desde 2014. En el camino hacia el liderazgo económico de
China, el COVID19 no sólo no ha supuesto una ralentización, sino todo lo
contrario: una aceleración. ¿Y en su liderazgo geoestratégico? ¿y en el
tecnológico?
Evolución del PIB (Base
100: 4T19)
Fuente: Amundi
A
entender la situación actual en estos aspectos ayuda el excelente libro de
Fidel Sendagorta. “La crisis del
coronavirus ha propiciado una ocasión de oro a China para desplegar todo su
aparato propagandístico y pasar de estar a la defensiva, teniendo que justificar
el encubrimiento inicial del brote de la pandemia en Wuhan, a lanzar una
ofensiva en todo el mundo para demostrar la eficacia de su sistema y su
generosidad. Pekín ha manifestado una vez más su agudo sentido de la
oportunidad o shi en la terminología estratégica china para no desperdiciar
esta crisis, utilizándola a fondo para expandir su estrategia”.
Tras
los errores del S-XIX, cuando China rechazó las innovaciones tecnológicas occidentales
del momento, lo que provocó un retraso en su desarrollo que derivó en el “Siglo
de la Humillación”, ahora tiene un plan a largo plazo. Éste culminará en 2049,
100 años después de la recuperación de su soberanía política y de la
constitución de la República Popular, con una meta clave: convertirse en el líder mundial. Cien años, sí. Eso es pensar a
largo plazo (China tiene un sentido oriental del tiempo[1]). “China es el único país que está persiguiendo un objetivo político a
largo plazo”.
Estamos ante una pugna por la hegemonía global que vuelve a tener a la tecnología
como eje central[2]. Tras la victoria de EEUU
en la Guerra Fría, en la Guerra Tecnológica China es un rival que le está
sacando ventaja en varios frentes. Uno de los más claros es la tecnología 5G. La
explicación en el capítulo 4 es muy esclarecedora[3].
“China está avanzando con
rapidez para convertirse en una gran potencia tecnológica y para ello hace unos
de todos sus instrumentos, algunos legítimos y otros cuestionados por implicar
una competencia injusta”.
Para conseguir el objetivo de ser líder mundial en 2049 China ha establecido, bajo el mandato de Xi Jinping, dos pilares:
(1) "Made in China 2025” que tiene como objetivo conducir a China al liderazgo mundial en diez sectores de tecnología punta: automatización y robótica, aeroespacial y aeronáutica, ingeniería oceanográfica y transporte marítimo, tren de alta velocidad, vehículos eléctricos, equipos de producción eléctrica, maquinaria agrícola, nuevos materiales, productos farmacéuticos y equipos médicos y tecnologías de la información.
(2) “Iniciativa de la Franja y la Ruta” o “Nueva ruta de la Seda”, como resultado de la unión en 2015 de la “Franja Económica de la Ruta de la Seda” (One Belt) presentada en 2013 y de la “Ruta de la Seda Marítima para el siglo XXI” (One Road).
China, por lo tanto, ha cambiado de
estrategia: “ahora tiene una gran
confianza en sí misma y ha dejado atrás la consigna de Deng Xiaoping de
esconder sus capacidades y ganar tiempo”.
Una
buena parte del libro está dedicada a analizar
el papel de la Unión Europea, claramente secundario, y a provocar la reflexión
sobre la postura que debería adoptar. En la Guerra Fría lo tuvimos claro:
con EEUU. Ahora no es tan evidente, en parte porque tenemos la sensación de que
EEUU no está tan interesado en nosotros o, incluso, nos pone trabas (aranceles
comerciales[4]).
Aun así, nos exige que nos posicionemos lo antes y lo más claro posible. Y
aunque los lazos políticos, culturales e ideológicos se han podido debilitar,
está claro que son más fuertes que los que podemos tener con China. Como señala
Andrew Small: “la prueba de fuego será si
Europa y EEUU son capaces de repensar la propia relación transatlántica a la
luz del resurgimiento de China”.
¿Cuál debe ser el posicionamiento de la UE con China? ¿Debemos considerar a China como un competidor económico, como un rival sistémico, como un socio comercial, como un aliado militar? El autor recuerda la frase del exministro de Asuntos Exteriores de Alemania Sigmar Gabriel: “Europa no puede comportarse como un vegetariano en un mundo de carnívoros”. Menos cuando China ha materializado en los últimos años varios proyectos de inversión directa muy relevantes (analizados en el libro) como la compra de la empresa neerlandesa de semiconductores NXP, de la alemana Kuka (robótica), de varios puertos, entre ellos el del Pireo en Grecia, del 23,3% de Energias de Portugal (EDP) por parte de China Three Gorges (CTG). Todo ello sin olvidar la presencia de China General Nuclear en el Reino Unido.
Atención a cómo China se está
posicionando en los Balcanes
aprovechando el vacío político en el que se encuentran varios países de esta
región sin una perspectiva clara de adhesión a la UE. “Ahora que China inicia su penetración con incentivos económicos, la
competición geopolítica se hace más intensa, con Moscú y Pekín cooperando entre
ellos para contrarrestar la influencia occidental en la región”. La
presencia de China en el ferrocarril Hungría – Serbia es todo un ejemplo.
“Parece
que China quiere romper el vínculo transatlántico y destacar el concepto de
Eurasia. Quiere una Eurasia más integrada”. Pero “a diferencia de Rusia, las acciones chinas no tienen la intención de
desestabilizar a los países europeos. Una Europa estable favorece el interés
chino, ya que promueve un entorno propicio para la inversión y contribuye a
avanzar hacia un orden multipolar, que en la doctrina china se interpreta como
el orden posthegemónico de EEUU”.
“El propósito de este
ensayo es analizar cómo el impacto del nuevo poder de China se está dejando
sentir en Europa, los desafíos que plantea y las respuestas europeas”.
En Occidente siempre hemos
pensado que el crecimiento y desarrollo de China llevaría a ese país a una
adopción de nuestro sistema
político, de nuestra forma de pensar, de nuestros valores, de nuestro modelo.
Como si el nuestro fuera el mejor y adoptarlo significara la culminación de una
carrera. Pero esa “homologación” no se está produciendo en el caso de China o,
al menos, con muchos elementos muy diferenciales. “China no avanza hacia una economía de mercado ni hacia el liberalismo
político”. China tiene su propio modelo: un “socialismo con características
chinas”, “un capitalismo de Estado dirigido por un partido comunista”, un
“autoritarismo fragmentado”, “una autocracia con la más eficiente economía del
mundo y la segunda de mayor tamaño”. China es “un sistema meritocrático para el reclutamiento de sus funcionarios, un
partido disciplinado, una fuerte ética del trabajo y un énfasis en la educación
como medio para ascender en la escala social”, señala el autor. “Jamás
seguiremos el camino del constitucionalismo occidental, no de su separación de
poderes, ni de su independencia judicial” afirmó el presidente Xi Jinping.
Nos
sorprende, y mucho, porque pensamos que nuestros valores tienen un atractivo
universal. Pero “hemos caído, de nuevo,
en la propensión occidental de ver el mundo a través de nuestras anteojeras,
pensando que los demás piensan como nosotros ante fenómenos que nos parecen
similares”. Estas son palabras de Josep Piqué extraídas del excelente
prólogo. “China no pretende exportar su
modelo, como sí lo hemos intentado los occidentales o los soviéticos”. Muy
de acuerdo. También opina así el autor: “los
chinos piensan que lo que es bueno para ellos no funciona necesariamente para
el resto del mundo”. La duda es si no lo pretende y si no lo piensa,
respectivamente, de momento.
Su
extensión (175 páginas) es otro atributo diferencial de este libro que evita
repeticiones, redundancias y reflexiones superfluas. Todo aquí es útil, es
grano.
Como
también lo es el reconocimiento de las vulnerabilidades,
territoriales y tecnológicas. Por ejemplo, en el área de los
semiconductores, que dependen de las importaciones en más de dos tercios (y, en
concreto, de seis empresas, tres de las cuales tienen su sede en EEUU). En las
territoriales, dos de las debilidades más importantes son la dependencia del
estrecho de Malaca para la mayor parte de sus importaciones de gas y petróleo
procedentes de Oriente Medio, África y Asia Oriental y la proliferación nuclear
de Corea del Norte.
En
conclusión, ha finalizado el “Orden Kissinger” (Rachman, 2009) esto es, el
consentimiento (e incluso auspicio) de EEUU en la década de 1970 del ascenso de
China. Porque una cosa es aceptar el ascenso y otra muy distinta el “sorpasso”.
EEUU lo tiene claro, ¿Y Europa? “Parece más un objeto que un actor dispuesto a
utilizar sus activos para ganarse el respecto de los demás” (Jose Joffe).
Propuesta del autor: “Un objetivo
estratégico de la UE debería ser una mediación activa entre China y EEUU para
preservar los mejor de la interdependencia y sus beneficios económicos y
sociales, al tiempo que se tratan de limitar los riesgos de seguridad que
implica la dependencia mutua”.
Lo dicho, un excelente ensayo para reflexionar sobre esta cita de Lee Kwan Yew tan expresiva: “La escala de la alteración que ha supuesto China sobre el equilibrio del poder mundial es tal que el mundo debe encontrar un nuevo equilibrio”.
[1] Además,
a lo largo de su larga historia ha vivido tanto épocas de esplendor y
prosperidad como de decadencia y destrucción. Tienen una “visión circular del
pasado”. En su corta historia, EEUU solo ha conocido el camino ascendente hasta
su actual posición de liderazgo mundial.
[2] Deng
Xiaoping tenía una prioridad ya desde 1978: la ciencia y la tecnología. Por su
parte, Xi Jinping señaló en 2013 que “la tecnología avanzada es el arma más
afilada del Estado moderno”.
[3] Así como
la pregunta ¿por qué no se fusionan Nokia y Ericsson para crear un “campeón
europeo”?
[4] Otros
ejemplos es la falta de un compromiso firme con la OTAN o el apoyo a algunos
líderes europeos nacionalistas. Si bien es cierto que gran parte de este cambio
está vinculado a Trump, es un hecho incontestable que se ha producido. “La
rivalidad con China se ha convertido en el principio organizador de la política
exterior de EEUU y los europeos tendrán que interiorizar que sus relaciones con
EEUU van a estar determinadas por esta cuestión cualquiera que sea el color de
la Administración que ocupe la Casa Blanca”
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