“Porque los libros nos permiten luchar contra la destrucción, la fugacidad y el olvido, seguramente los libros son una de las mejores invenciones de la especie humana.”
“A través de los libros, conocemos todos los relatos de la historia: incompletos, mejores o peores, ambiguos o problemáticos. Disponer de ellos es bueno porque nos da capacidad de elegir. Cuanto más sensata y perspicaz es nuestra comprensión histórica, más seremos capaces de proteger aquello que valoramos.”
“El infinito en un junco” es un libro que solo se puede escribir cuando se está enamorado de la literatura y se ha buceado en las aguas profundas de la historia de la palabra en las antiguas civilizaciones, y eso es lo que ha hecho Irene Vallejo en este “libro de libros”. Cualquier reseña resumidora no le hará justicia a su contenido, aunque trate como esta de ser pasarela e invitación a su lectura.
“El infinito en un junco” es la apasionante historia de la palabra escrita, su evolución en distintas etapas históricas y el cambio en sus soportes, desde los rollos de papiro y las pieles alisadas hasta el papel procedente del árbol y los registros en las pantallas digitales de hoy. Este libro es el resultado de un trabajo de investigación histórica del deseo de conocer del ser humano. En la película “El lector” hay incluso un punto de dulzura en la analfabeta guardiana del campo de concentración de Auschwitz, que ordenaba a sus prisioneras que le leyeran cada noche para satisfacer su amor imposible por los libros.
“El infinito en un junco” es en primer lugar una mirada sobre la historia de los imperios, de las personas clave en la expansión de la cultura escrita, y de las formas en que se leía. Antes de la escritura, la palabra era volátil. Con la escritura, está escrito y puede trascender más fielmente.
Todo empieza con el sueño original de Alejandro Magno (aunque fuera a través de la espada) de un mundo cosmopolita y hermanado, con la expansión de las ciudades alejandrinas en el sudeste asiático y con la construcción de la hoy desaparecida biblioteca de Alejandría, seguramente el mayor intento en la antigüedad de almacenar, catalogar y conservar el conocimiento escrito en un solo lugar.
Para que un imperio se consolide, las personas necesitan un relato unificador, heroico y orgulloso. Con la Ilíada y la Odisea surgen los primeros textos escritos con amplia difusión en la antigüedad, mitos unificadores y fundacionales de la cultura griega. Roma alumbró su propio relato con la Eneida (en referencia a Eneas, el héroe troyano que huyó y puso el primer pilar del futuro imperio). En lugar de construir sobre las cenizas de Grecia, Roma copió buena parte de la mitología, la cultura y la disciplina educativa griega (“Grecia inventa, Roma implanta”). Los cultos esclavos procedentes de la derrotada Grecia se convirtieron en los enseñantes de las nuevas generaciones romanas.
La historia de la cultura es también la historia del dominio de los soportes del conocimiento y de los relatos. Desde la tablilla de cerámica que dio lugar a la escritura en la antigua Mesopotamia, los rollos del papiro producidos de los juncales del delta del Nilo, la piel estirada de animales en pergaminos y finalmente el papel de la membrana interior de los árboles usado de forma masiva a partir de la invención de la imprenta. Los que han dominado la técnica han dominado la palabra y la cultura. Si lo trasladamos a nuestros días, la potentísima industria editorial y mediática norteamericana sigue siendo la base de su relato como potencia mundial, incluyendo el cine, que por cierto fue invención francesa. El éxito masivo del libro electrónico se lo debemos a la empresa norteamericana Amazon, que en su origen fue una tienda por internet de libros físicos hasta que lanzó su propio ebook Kindle. El libro no habla de China, posiblemente por su histórica endogamia cultural, mucho menos expansiva que las civilizaciones de origen europeo.
“El infinito en un junco” es, en segundo lugar, una historia de la evolución de la mente humana, primero reactiva y luego cada vez más proactiva, comenzando por las disciplinas educativas helénicas (oratoria, retórica, escritura, filosofía, ciencia). En sus orígenes la transmisión era exclusivamente oral, la gente corriente no sabía leer (de hecho los oradores usaban frecuentemente la poesía, más audible que la monótona prosa). A partir de la producción descentralizada de libros en miles de imprentas aumentaron los lectores y se produce un reordenamiento social que acaba configurando el poder de los países en función de su cultura. Sobre todo “la lectura permite la introspección del pensamiento y al debate interior, base necesaria para la discusión, el auténtico ejercicio del libre albedrío y de la capacidad de elegir.”
“El infinito en un junco” aporta muchas reflexiones para hoy. Los libros tienen una historia de veinte siglos, y la esencia del libro original se mantiene en los nuevos libros virtuales porque no ha cambiado la estructura de página de los libros primigenios o códices. El libro sigue vivo regenerado en el nuevo soporte digital. Como dice la autora, hay algo en su radical simpleza que le hace difícilmente mejorable aun disponiendo de nuevos soportes digitales.
Hay más libros y lectores que nunca, y el libro físico compite no sólo con su hermano virtual, sino con esos ladrones de nuestra atención que son las redes sociales, la información y entretenimiento digital y social, como explica el documental de Netflix “El dilema de las redes”. Aunque la lectura como práctica extendida ocurre durante el siglo pasado, en el siglo XXI la lectura y la reflexión que aportan los libros “son un arma necesaria para luchar contra el razonamiento basado en la información rápida, no contrastada, frecuentísima y con referencia poco profunda o tendenciosa, mercantilizada hasta extremos nunca vistos en la historia de la humanidad.”
Termino con el caso que apunta la autora: un ebook en la nube no es nuestro si el proveedor de la nube decide eliminarlo o sufre una perdida de información. Si toda nuestra memoria está en la nube incluyendo nuestras anotaciones en libros electrónicos, entonces los libros, los recuerdos, nuestra memoria escrita en esos soportes no nos pertenece. Puede desaparecer. Por eso y por el placer de manosear, anotar, el olor a papel, el hojeo rápido sin perder la perspectiva del libro, por esas y por otras que cada uno tendrá, el libro físico no debe desaparecer.
Y si al final el libro físico desaparece, volveremos a las etapas de fugacidad donde nuestra mente dependía de lo que nos contaran cuando la palabra hablada era el único vehículo de transmisión, ahora transfigurada en una miríada de redes sociales, blogs, videos y programas de entretenimiento y relación social. Una sociedad mucho más manipulable.
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