La
presente entrada consiste en una reseña que efectúa la Dra. Loreto Barrios,
miembro de El Alcázar de las Ideas, del libro del catedrático de psiquiatría Adolf
Tobeña: Neuropolítica: toxicidad e insolvencia de las grandes ideas,
que presenta con desparpajo y cierto gracejo a la par que profunda reflexión
metódicamente científica las recientes, y no tanto, investigaciones sobre el
origen biológico de las ideas políticas, así como sesgos frecuentes y potencial
tóxico de los mensajes más habituales en los discursos de todos los colores.
Justifica el autor el consenso respecto
al hecho de ser las democracias con instituciones firmemente asentadas (y de
entre ellas sobresale la monarquía constitucional) las que mayor calidad de vida
y continuidad otorgan. El respeto a la ley no admite controversia, sí la manera
de llegar al poder, que en su opinión se perpetra en una suerte de juego de
suma cero con ganadores y perdedores.
Desde
antiguo se considera la posible vinculación entre el carácter natural y el
liderazgo, pero lo que se postula en este libro es si existen unas ideas-matriz
falsas para las opciones políticas democráticas. Para ello el autor aborda las
debilidades ideales obvias y soterradas empezando por el paradigma de la república,
cuyo fulgor sacrosanto desmonta desde la psicología política y la neurociencia
social.
Pese
a que hay algo profundamente psicótico en el deseo de ser conducido y anulado
de los totalitarismos, como cita el escritor Féliz de Azúa, en Europa y
EEUU están rebrotando nacionalismos y supremacías que se consideraban
superados. El lenguaje se doblega ante el remozado de fórmulas avejentadas como
siempre ha hecho, pero lo que interpela al autor es el vector y motor de fondo
de dicha renovación. Para poder usar un marco común de denominaciones que
permita después las comparaciones el autor utiliza la clasificación de John
Hoffman y Paul Graham entre ideas esenciales y contemporáneas, y
entre ideologías clásicas y contemporáneas, de donde deriva la dualidad que
utilizará a lo largo del libro progresismo/conservadurismo (y no liberalismo/conservadurismo
para no confundir con el liberalismo conservador europeo). Se busca
demostrar que los reiterados errores de las gobernanzas y credulidades derivan
del mar de fondo de la ideación política.
El
dualismo progresismo/conservadurismo o izquierda/derecha común en
las sociedades occidentales suele presentarse en un eje (más continuo que
dicotómico, más permeable de lo que se pretende, a veces de límites difusos) en
el que en un extremo se sitúan la estabilidad, resistencia al cambio,
aceptación de desigualdades, necesidad de orden y control, intolerancia frente
a incertidumbre, preocupación por lo peligroso y amenazador, sensibilidad al
miedo, mayor felicidad de conjunto por una mejor aceptación de la realidad,
laboriosidad y fiabilidad. En el otro polo estarían los extremos opuestos de
los anteriores, curiosidad intelectual y apertura a la experiencia, y pese a
las limitaciones empobrecedoras de la clasificación permiten una identificación
funcional apta globalmente.
Pese
a la reiteración temporal de los idearios políticos bajo la mudanza aparente
los primeros indicios de mediación biológica en las preferencias políticas son
de 2007. Las investigaciones con registro electroencefalográfico muestran que
la orientación se relaciona con los procesos de escrutinio neural de los
errores cognitivos; los progresistas reaccionan más ante las discrepancias
íntimas y tienen mayores índices de empatía, mientras que los conservadores
reaccionan más al asco o repugnancia que se registra en actividad electrodermal
y resonancia magnética funcional. La neuroimagen revela diferencias en tolerancia
a la incertidumbre y reactividad ante el peligro, así como algunas diferencias
anatómicas. Las investigaciones con gemelos que muestran la carga génica de los
perfiles de reactividad neural son anteriores, de 1986. Las más recientes van
aproximando la acción diferencial de dopamina, serotonina u oxitocina, y
desvelan los trazos biológicos de la propensión a la candidez altruista o a la
desconfianza y displicencia. Todos sesgan la información hacia sus valores y
creencias y se descubren asociaciones entre el temperamento y las orientaciones
políticas.
De
este modo, en 2017 se distingue ya en distintas culturas entre el síndrome
conservador (religiosidad, rigidez, intransigencia, repugnancia, jerarquía
y normas sociales) versus el síndrome progresista.
El
capítulo más extenso del libro comienza con una nueva cita de Félix de Azúa
sobre las tres quimeras: libertad, igualdad y fraternidad
para a continuación desgranarlas.
La
igualdad es incontestable a la par que mito. Aunque los modelos teóricos
económicos (juegos o dilemas) pretenden que la motivación humana es
estrictamente el beneficio personal el autor muestra que la exigencia de
equidad cuenta en toda cultura y segmento social incluso hasta prescindir del
beneficio personal reaccionando con sacrificio sancionador, que a largo plazo
compensa. La resonancia magnética funcional muestra aversión ante el reparto
poco equitativo mientras que la equidad activa la gratificación. Con
desconocidos, la aversión a la desigualdad desencadena conductas de ayuda, destacando
la irritación ante la buena fortuna ajena más que la indignación por la
desgracia de otros. Sin embargo los rasgos de carácter, ingenio o físico (fruto
también de una desigual distribución) no generan intolerancia, lo que se
observa desde las sociedades ancestrales hasta las celebrities, sino que
resulta adaptativo generando veneración. La decisión moral se basa en
reacciones emotivas, no racionales, lo que ya habían anticipado David Hume
y Adam Smith, y las tendencias cooperadoras se desarrollan al tiempo que
las gremiales, si bien estas últimas solo aparecen en los varones. Las
reclamaciones igualitarias feministas se refieren al poder, en lo que se viene
denominando hiato de género por su confusión desde hace unos años, ya que la
diferenciación sexual es biológicamente nítida. De esta forma la similar
puntuación en agudeza cognitiva global entre anatomías distintas confirma
diferentes bases neurales, confirmando de siempre la psicología sesgos
intersexuales al menos en los aspectos emotivos, entre los que destaca la
combatividad.
La
fraternidad es poderosa entre los humanos, pero no exenta de sistemas de
vigilancia y control, ya que las bajas por letalidad intraespecífica son muy
superiores a las del resto de mamíferos, y ha ido descendiendo en los últimos
siglos con el desarrollo de las sociedades. Las personas más peligrosas son
globalmente el 5% de la población que suelen agruparse en células de altísima
letalidad frente a los criminales solitarios. El combate tiene un arrastre
enigmáticamente seductor con vectores esenciales (recursos y reproducción) a
los que hay que añadir otro cultural, las ideas, con un potente sesgo de género
hacia la preferencia femenina por el héroe de guerra. Además lo gremial se
incrementa en los conflictos intergrupales, postulando incluso una función
prosocial de las guerras, donde hasta se potencia el altruismo costoso, con un
doble rasero que castiga con severidad el abuso del desconocido y justifica el
del camarada, con el que se es más generoso, mediando circuitos emocionales que
también actúan en el caso de la venganza. La oxitocina fortalece el sesgo
progrupal de forma gremial y gregaria a la vez, registrándose otros efectos
para serotonina y feromonas. Algunas sociedades ancestrales viven en paz con
sistemas de Consejos, luego es posible, de lo que Europa suele ser modelo pese
a sus contradicciones.
Por
lo que respecta a la igualdad es mucho más alcanzable y deseable que las
dos anteriores, sin olvidar lo que se denominan mordazas menores en la
sociedad. La neurociencia cultural aborda las culturas y cerebros
individualistas vs. colectivistas. El autor defiende como criterio la
posibilidad de iniciativas en la vida social, ya que los experimentos sociales
antisistema fracasan reiteradamente. La paradoja resulta que a mayor abertura
de posibilidades, mayor precisión de las normas limitadoras.
El
meticuloso modelo sueco permite mostrar que pese a que la meritocracia
inclusiva se da en todos los partidos, lo que cuenta es la habilidad individual
con estratos de toda procedencia y un liderazgo competente en el sector
político.
Se
destaca el potencial emotivo de la voz del líder o predicador, confirmando
además la importancia del aspecto físico indiscutible desde tiempos remotos,
pues del atractivo se infiere competencia, dominancia y confianza o fiabilidad,
mencionando además el mesianismo o carisma.
La
filosofía ha sido relegada a los Comités de Bioética o Consejos Asesores, pero
mantiene su presencia en la filosofía de la mente y la filosofía política. El
autor vuelve a la regresión del supremacismo invocando la combinación de
empirismo y utilitarismo con la máxima apertura y autonomía como garantes del
máximo bienestar para el mayor número de personas, renunciando a la aspiración
de perfección social de la filosofía.
Para
el autor es obvio que no hay que aspirar a la perfección sino a las
imperfecciones menos gravosas. La tríada republicana tiene un arrastre seductor
que deviene falaz, proponiendo el autor como contrafuertes democráticos la
tecnología normativa, solidez institucional, contraste empírico (pragmatismo +
ciencias) y la renovación ejecutiva, con apertura a la entrada del conocimiento
inesperado y rompedor.
Con
independencia del marco republicano, confederal o monárquico el caldo de
cultivo del embaucador es la estrechez, conflicto y hartazgo por corruptelas y
desmesuras, que dan cancha a la manipulación de los grandes principios por la
demagogia corrosiva sin vacuna posible más allá de la renovación de los
contrafuertes de la democracia representativa.
Termina
el libro con una mención ilustrativa de lo expuesto de máxima actualidad con el
Brexit, Trump, radicalismos europeos y secesionismo catalán.
La
irritación ante la buena fortuna ajena es fácilmente manipulable en situaciones
como el nazismo de la Alemania de Hitler, o el terrorismo del yihadismo
salafista, donde al líder le resulta fácil fomentar la rivalidad de dos tipos
de individuos, aquellos por naturaleza violentos y los que tienen conductas
prosociales y realmente creen en la causa. ¿De verdad es un enigma la
motivación del guerrero? Fomentar la rivalidad entre distintas secciones
obviamente dificultará la aparición de un líder aglutinante.
La
solvencia de instituciones firmemente asentadas (monarquía parlamentaria entre
ellas) ayuda a comprender el valor de la estabilidad y el contravalor de la
alternancia, que limita en ocasiones las acciones a las puramente
cortoplacistas.
La
combinación de vigilancia (¿más masculina?) + educación (¿más femenina?)
funcionan para la paz. Prestemos a la educación la importancia decisiva
que merece.
El
sesgo diferencial de las mujeres hacia la combatividad explica el
funcionamiento del modelo político de Ruanda, donde tras el genocidio hay
proporción igualitaria de mujeres en la política y su mayor superior conducta
gremial y propensión al diálogo antes que a la confrontación podría servir de
ejemplo para nuestras sociedades; el distingo sexual es enriquecedor.
Dra. Loreto Barrios
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