lunes, 30 de septiembre de 2019

¿Quién salvará al euro después de Draghi?




Con ocasión del término de mandato de Mario Draghi al frente del Banco Central Europeo, leo este artículo de PS en el FT que me parece un buen momento para reflexionar sobre Europa ante la probable siguiente crisis económica.

Draghi merece un sitio de honor en el panteón de los grandes europeos por su defensa del euro en 2012. Su frase: 
“El euro no caerá. El BCE usará todos los mecanismos a su alcance, y creedme, será suficiente” 
evitó entonces el colapso de la moneda única y quien sabe si de todas las instituciones europeas posteriores a la Segunda Guerra mundial.

Por orden de Draghi, el banco Central Europeo compró bonos del estado de varios países europeos cuando los especuladores apostaban por la ruptura del euro y el impago de deuda soberana de los países del sur de Europa. Esto es lo que lo que se conoce en la jerga como “inyección cuantitativa” (quantitative easing). Y fue suficiente entonces.

El euro es el mayor logro de un proyecto político inacabado. Muy pocos europeos conciben volver a sus monedas originales y cada vez menos españoles recuerdan que 1 € era igual a 166,386 pesetas. El euro fue el precio que aceptó pagar el entonces canciller alemán y hoy difunto Helmut Kohl para que la reunificación de las dos Alemanias no convirtiera al poderoso marco alemán en otra nueva amenaza económica y quizá política para Europa. Pero el euro debía ser un paso decisivo para alcanzar una mayor integración política de la Eurozona.

Esto no ha sido así porque la política fiscal y presupuestaria ha seguido siendo fundamentalmente responsabilidad de los estados de cada país.

Estando la política monetaria en manos del Banco Central Europeo que marca los tipos de interés y la cantidad de dinero en circulación, la disponibilidad de crédito y la política cambiaria, quedan en manos de los países individuales  las políticas presupuestarias, que influyen no menos en la economía nacional porque afectan al gasto del Estado o al nivel de impuestos y al endeudamiento de cada país con el resto del mundo.

Política monetaria, política fiscal y presupuestaria y las legislaciones y políticas nacionales o comunitarias que afectan el funcionamiento económico (a través de políticas de educación, la libre circulación de bienes y servicios, capitales, etc…) componen la "artillería"  a disposición de los países para conseguir el crecimiento económico en sus sociedades respectivas.

Y aquí cada país ha hecho los deberes de forma distinta. 

En un extremo, el estado alemán, con su magnífica gestión presupuestaria y su potente maquinaria empresarial y económica, hoy puede emitir deuda  al cero por ciento de interés lo que le permite continuar con unas cuentas públicas saneadas y un fuerte superavit exterior (digamos tiene "mucho ahorrado", si sigue haciéndolo). En el otro extremo, países como Italia o Grecia no sabido aprovechar el euro, y tanto sus estados como empresas se financian a tipos de interés muy superiores a los del estado alemán o las empresas alemanas. Y ello es por la ausencia de reformas estructurales, una deficiente gestión política nacional que no ha usado correctamente la política presupuestaria y como consecuencia hoy están peor que antes de la moneda única.

No hay una salida fácil: mientras los países del norte de Europa acusan  a los del sur por su laxitud presupuestaria y no quieren compartir sus excedentes, los países del sur defienden un presupuesto europeo supranacional, donde los superávits de los países del norte puedan compensar los déficits de los países del sur. Es lo que se conoce como una “transfer union”. Es el sistema federal en EEUU pero con una enorme diferencia: allí sí existe una unión política supraestatal. 

En un mundo donde el tamaño y la escala prima, donde países como China, India, EEUU, la propia Rusia tienen tamaño y unidad de acción política, Europa se presenta se presenta como un conglomerado indeciso que se enfrenta al futuro, más aún con el Brexit. 

Un futuro donde la gestión presupuestaria de los estados nacionales va a importar a la larga más que las políticas monetarias del Banco Central Europeo. Una gestión de los estados que consolide las cuentas públicas y que piense en el crecimiento económico a través de la creación de oportunidades más que en el reparto de lo que existe. Unas políticas presupuestarias que primen la inversión en infraestructuras y capacidades críticas en un mundo dominado por la tecnología. Políticas y presupuestos nacionales y comunitarios que otorguen facilidades al sector privado para el desarrollo de nuevos modelos que aprovechen los avances en ciencia y tecnología. En Europa, si queremos seguir siendo relevantes, no queda más remedio que reorganizar nuestras piezas para jugar bien en el tablero mundial.

Por eso, la marcha de Draghi nos debe hacer reflexionar sobre el margen de maniobra de que dispone el Banco Central Europeo en la siguiente crisis (que vendrá, no lo pongamos en duda). El órdago de su mítica frase, aun pronunciada por su prestigiosa sucesora Christine Lagarde no es probable que tenga el mismo efecto que en 2012. 
"Hemos perdido 8 años desde aquel 2012, o al menos, no hemos aprovechado la oportunidad para realizar reformas en la arquitectura europea que sitúen a sus empresas en la cabeza de la competitividad mundial."
Gracias Mario Draghi por tu defensa de Europa en un momento crítico. Gracias a Helmut Kohl y resto de padres fundadores por hacer dado a luz el euro. Es necesario encontrar un relevo urgente a estos y otros campeones que han conseguido alumbrar y mantener viva una Europa unida. 

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