domingo, 25 de agosto de 2019

Empresas lamprea (*)

Nos interesan mucho las innovaciones tecnológicas, principales motores del cambio, para entender las transformaciones que se están produciendo y tratar de anticipar las que vendrán, con sus implicaciones en diversos ámbitos. Entre ellos, claro, en la economía, los mercados financieros y las empresas, pero también en las personas, sus relaciones y la sociedad en la que vivimos. Y para interpretar el presente y anticipar el futuro es necesario conocer el pasado, en concreto la evolución. No hace falta retroceder 14.000 millones de años, hasta el Big Bang, pero sí es útil comenzar hace 3.500 millones de años, cuando apareció la vida en la Tierra y, de manera más específica, hace 525 millones de años, momento en el que surgieron los primeros vertebrados (recuerde que nuestra especie, el homo sapiens, apenas tiene 200.000 años). 



Este libro ayuda a hacer ese viaje, guiados por uno de los paleontólogos de referencia internacional. Y no hace falta ser un experto: lo que es más útil es su capacidad pedagógica. Estamos ante un divulgador, una figura de enlace imprescindible en todas las áreas de conocimiento entre los expertos y los que queremos saber.

De las múltiples ideas que aporta, me quedo con una que tiene una aplicación al mundo empresarial y que creo que no se utiliza correctamente. No es que las especies nos adaptemos para sobrevivir, sino que son las adaptadas las que, por selección natural, sobreviven. Darwinismo (lo que se produce en los seres vivos) vs evolucionismo. Esta segunda era la tesis de Lamarck (antes de que se supiera nada sobre herencia genética), que resultó ser falsa para los seres vivos… ¡pero no lo es para las empresas! Estas sí deben dirigir su evolución si quieren sobrevivir, lo que es compatible con que algunas, por cambios en el entorno, sobrevivan sin que hayan hecho nada, simplemente porque resultan estar adaptadas. Es decir, en el mundo natural solo se produce el darwinismo; en el empresarial, sobre todo, el evolucionismo, pero también, aunque mucho menos, el darwinismo. Y en ambos casos, la ruta no es lineal sino arbórea, con muchas ramas. Y se observan “convergencias adaptativas”.

Las especies no saben lo que tienen que hacer para sobrevivir en el futuro, simplemente lo hacen (o no) y luego las transformaciones en el entorno les favorecen (o no). Es el denominado “principio de objetividad de la naturaleza”. Ni proyectos, ni fines, ni planes. “La evolución inventa sin proponérselo. Son las circunstancias ambientales las que dirigen la evolución, no la voluntad de los organismos. La selección natural es un mecanismo ciego”. Pero las empresas (o sus directivos) sí saben (o deben saber) qué cambios tienen que hacer para sobrevivir y “provocar mutaciones” que les permitan adaptarse (en las especies esas mutaciones se producen de forma aleatoria, y es a posteriori cuando se revelan haber sido claves para la selección natural[1]). “Los humanos aprendemos de los éxitos tanto como de los fracasos, pero la evolución solo aprende de los éxitos. No hay segundas oportunidades en la selección natural. El que nace con una constitución inadecuada está condenado a no tener descendencia”.



Así pues, puede ser que ciertas empresas sobrevivan porque tienen una serie de características (darwinismo), pero la mayoría tienen que cambiar para sobrevivir (evolucionismo). Aunque siempre hay excepciones, como en la naturaleza. Son las que podríamos denominar “empresas lamprea” o fósiles vivos[2]. En teoría, son los perdedores de la evolución. Sin embargo, sorprendentemente y sin apenas haber experimentado ninguna modificación en los últimos años (cientos de millones de años) han conseguido llegar hasta aquí (¡y encima la lamprea es un parásito!). Pero son eso, excepciones. Si no hay evolución, las especies y las empresas, se extinguen (“el censo de especies y empresas desparecidas supera en mucho a las supervivientes”). En las primeras, ese motor del cambio sucede sin plan. En las segundas, el plan parece imprescindible.[3]

Y un último apunte. En paleontología se llama “exaptación” a una preadaptacion, es decir, a un cambio que se produce en la especie y que, en ese momento, no tiene utilidad. Pero pasa el tiempo y resulta que aporta una ventaja en la adaptación. Es un ejemplo de “nunca se sabe para lo que podemos usar esto en el futuro” o “esta inversión que inicialmente estaba prevista para esta función, al cambio de tiempo nos es útil para esta otra”. Clave, también, en la gestión empresarial, sobre todo cuando hablamos del I+D+i y de la inversión en formación de los empleados.


[1] Neodarwinismo: la selección natural es el motor del cambio (Darwinismo) pero las mutaciones aleatorias que se transmiten en los genes son clave (Mendel).
[2] Término acuñado por Charles Darwin.
[3] Sí, efectivamente, a veces los ganadores de la evolución se extinguen en masa sin que quede uno solo. A los dinosaurios les pasó hace 65 millones de años. Un meteorito (una disrupción desde el exterior) de 10 km de diámetro acabó con ellos. “No todos los paleontólogos están de acuerdo en que los dinosaurios dominarían la Tierra hoy en día si no hubiera sido por ese bólido que se estrelló contra nuestro planeta”.


(*) Quiero agradecer a Diego Cuasante sus comentarios, no solo para escribir esta reseña, sino a lo largo de los últimos 25 años. Ha sido una de las mejores fuentes de inspiración para entender cómo la naturaleza sirve para entender el mundo empresarial.


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